viernes, 18 de julio de 2014

Mejor es buscar amores con edad y experiencia (Ovidio)


No preguntes qué edad tiene ni bajo qué consulado nació (atribución esa que corresponde al severo censor), sobre todo experiencia si ya no está en la flor de la vida, si ha pasado su mejor edad y se arranca ya las canas. Esta edad, ¡oh jóvenes!, tiene sus ventajas, e incluso un poco más avanzada. Ese campo dará buena cosecha: ése es, por tanto, el campo que habrá que sembrar. Mientras el vigor y la edad lo permiten, soportad las fatigas: pronto vendrá la encorvada vejez con paso silencioso . O hendid el mar con los remos, o la tierra con el arado, o poned vuestras manos guerreras en las armas fieras. O bien dedicad a las mujeres vuestros riñones, vuestro vigor y energía: también esto es una milicia , también esto procura riquezas. Añade que ellas tienen mayor pericia en la acción y poseen lo único que engendra artistas, la experiencia. Ellas arreglan con refinamiento los desperfectos de años y consiguen con sus cuidados no parecer viejas; a tu gusto hacen el amor en mil posturas: ninguna pintura enseña más modalidades. Con ellas se experimenta el placer sin previa provocación.
El placer disfrútenlo por igual la mujer y el hombre. Odio las uniones que no satisfacen ambos: por eso es por lo que me atrae menos el amor de un efebo; odio a la que se entrega porque es necesario entregarse, y, seca, piensa para sus adentros en la lana que ha de trabajar. El placer que se da por obligación no me es grato: que ninguna mujer se sienta obligada conmigo. Me gusta oír sus palabras confesándome sus goces, y que me pida que vaya más despacio y que me aguante; vea yo los ojos desmayados de mi amada fuera de sí; que desfallezca y no me deje seguir tocándola por más tiempo. Estos bienes no los concedió natura a la primera juventud, que suelen venir inmediatamente después de los siete lustros. Que beban mostos recientes los que tengan prisa; a mí que un cántaro embodegado en época de antiguos cónsules me escancie su vino añejo. No puede el plátano, si no es ya crecido, ser un obstáculo para Febo y los prados, cuando empiezan a brotar, pinchan los pies descalzos. ¿Acaso se podría poner a Hermíone por delante de Helena? ¿Y era Gorge preferible a su madre? En fin, si quieres alcanzar una Venus entrada en años, quienquiera que seas, con sólo perseverar conseguirás la justa recompensa.

Conducta que ha de seguirse en el acto amoroso

He aquí que un lecho cómplice acoge a dos amantes: tú, Musa, quédate junto a las puertas cerradas de la alcoba. Espontáneamente, sin que tú intervengas, se dirán las ya consabidas palabras y la mano izquierda no permanecerá inactiva en el lecho; los dedos encontrarán qué hacer en aquellas partes en que el amor a escondidas impregna sus flechas. Esto lo hizo antaño con Andrómaca el valentísimo Héctor y no sólo
fue hábil para las batallas; también lo hizo con la cautiva de Lirneso el gran Aquiles cuando, cansado del enemigo, oprimía el mullido lecho. Tú, Briseida, te dejabas tocar por aquellas manos que siempre estaban manchadas de sangre frigia. ¿O acaso era eso mismo, lasciva, lo que te gustaba: que las manos del vencedor vinieran a tocar tus miembros?
Créeme: no hay que apresurar el placer de Venus, sino retrasarlo poco a poco con morosa lentitud. Cuando hayas encontrado un punto que a la mujer gusta que le acaricies, no sea la vergüenza un obstáculo para que sigas acariciándolo. Verás entonces sus ojos chispear con brillo tembloroso, igual que a veces el sol reverbera en él agua transparente.
Vendrán después los quejidos, vendrá el amable murmullo y los dulces gemidos, y las palabras propias del juego. Pero tú no dejes atrás a tu amada haciendo uso de velas mayores, ni ella te adelante a ti en la travesía: llegad a la meta al mismo tiempo; entonces el placer es completo: cuando la mujer y el hombre yacen después de haber languidecido a la par. Es la norma a la que debes ajustarte cuando tienes tiempo de sobra y el temor no apresura la acción furtiva; pero cuando el demorarse no carece de riesgos, conviene lanzarse a todo remo y clavar la espuela en el caballo que cabalga a rienda suelta.