domingo, 5 de enero de 2014

LOS BORBONES EN PELOTA

Una desacertada sensiblería hizo de Gustavo Adolfo Bécquer un romanticón adalid de versos que cantasen adolescentes. Pero es cierto que, si bien poca cosa publicó en vida –sueltos en revistas y otras publicaciones-, Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida, que es como se llamaba el sevillano, conoció la gloria después de muerto. De hecho, se le atribuyen varias frases en el lecho de muerte, y entre ellas un profético “Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor leído que vivo”. La aparente sencillez de su poesía funde la influencia germánica con el cantar andaluz -cosa que casi ningún crítico y poeta entendió en su momento y las consideraban vulgares composiciones de escaso valor. Su tributo al misterio de la creación artística, tuvo bien pronto eco en el pueblo llano, que se lanzó a cantar por las calles sus pupilas azules, sus golondrinas que no volverán, sus suspiros que van al aire y sus lágrimas que van al mar… Pues los rasgos de su obra, la concisión, la poesía desnuda y sin pompa, el drama, la queja y su tono trágico y hondo, entroncaba perfectamente con la tradición popular española. No en vano, comentaba Bécquer en El Contemporáneo: «... la poesía popular es la síntesis de la poesía. El pueblo ha sido, y será siempre, el gran poeta de todas las edades». Y fue ese pueblo quien lo puso en la historia de la literatura. Ese pueblo, y sobre todo, su amigo Casado del Alisal, a quien se le ocurrió en el funeral de Gustavo Adolfo recopilar sus poemas y publicarlos, bajo suscripción popular, decisión tomada en una nochebuena de 1870.

En aquella publicación póstuma debían también publicarse los grabados de su hermano Valeriano, tres años mayor que él, y quien había fallecido solamente tres meses antes. Ninguno de los hermanos Bécquer, inseparables, había alcanzado la edad de cuarenta años. Una salud frágil que se complicó con tuberculosis y sífilis en el poeta y una hepatitis aguda el pintor, se aunaron a fines de 1870. Pero el dinero recaudado tras el entierro no dio para publicar ambos legados fraternales y solo alcanzó para las Obras del poeta, editadas en julio de 1871.



Valeriano y Gustavo Adolfo fueron dos hermanos unidos desde la infancia por la pronta orfandad y hasta compartieron casa e hijos, cuando la mujer del segundo, Casta –hija del médico que atendió la sífilis de Gustavo Adolfo- le puso los cuernos al poeta con un maleante apodado “El Rubio”. A ellos se atribuye, bajo el seudónimo SEM, una colección de láminas satíricas, 89 acuarelas glosadas, conservada en la Biblioteca Nacional de Madrid (adquirida en 1986) y publicados por primera vez en 1991 (no es una errata) por Museo Universal bajo el título «Los Borbones en pelota». La atribución es motivo de controversia. Gustavo Adolfo no se caracterizó por confraternizar con los liberales, y mantuvo bastantes amistades entre los partidarios conservadores, aquellos que más le hablaban de cuadros, de poesías, de catedrales, de reyes y de nobles, es decir, por convicciones más estéticas que puramente políticas. Sin embargo, su protector fue el gaditano Luis González Bravo y López de Arjona, uno de los últimos presidentes de Isabel II y personaje de la sátira gráfica, lo cual proyecta más dudas sobre la autoría, que algunos atribuyen al humorista Francisco Ortego.



Pero sea como sea, la colección describe de manera atrevida y procaz a  Isabel II y toda su Corte. Junto a la reina –desprovista ya del trono por entonces por virtud de la revolución de 1868 llamada la Gloriosa-, los humoristas gráficos muestran al rey consorte Francisco de Asís, a quien el pueblo llamaba Paquita Natillas (Paquita Natillas es de pasta flora y mea en cuclillas como las señoras, cantaban por Madrid o bien: Isabelona, tan frescachona y don Paquita, tan mariquita); sor Patrocinio, "la monja de las llagas"; el confesor de la reina Padre Claret; el por entonces amante real Carlos Marfori y el susodicho presidente del consejo de ministros González Bravo, en unas sorprendentes acuarelas que no deja títere con cabeza ni cabezón de pene sin funda.



«Los Borbones en pelota» no altera solo –incluso hoy- a los monárquicos más recalcitrantes, sino a segmentos progresistas escandalizados por la incorrección política. Pues la audacia de los ilustradores presenta a la reina casi siempre desnuda y en actitud obscena con su corte, fornicando con su amante o con un borrico; muestra a sus cortesanos en escenas imposibles de falos entrecruzados; al rey consorte ensartado por el confesor o como pajillero mayor de la Corte. En definitiva, un compendio de masturbación, zoofilia, relaciones lésbicas, sodomía y orgía, no exento de simbolismo político, que vino a celebrar la caída de la reina y divulgó los rumores sobre la fogosa sensualidad de la reina y el desenfreno de la corte a través de la caricatura y el ridículo.


Desde la edición primera de Museo Universal, la obra también ha sido editada por la Compañía Literaria (1996) y la Institución Fernando el Católico (2012).










Alfonso Salazarmendías

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