jueves, 4 de junio de 2015

LA TETA Y LA LUNA, de Javier Benítez

Lo confieso. Al principio
me enamoré de tus enormes pechos,
desmesuradamente enormes, apretados,
redondos, sostenidos. No te enfades
si te lo cuento ahora,
después de tanto tiempo.
No pretendo ofenderte.
Sólo quiero que sepas
que aquello fue una forma de atraerme,
hacer que me fijara en ti,
que te pidiese apuntes para el siguiente examen
y quedásemos luego citados por la noche,
en tu pequeña casa junto al mar.

Me gustaba estudiar geografía contigo
cuando me levantabas la camisa
y con tu mano izquierda recorrías mi espalda
buscando la frontera portuguesa
o tu pueblo natal en Teruel.

Fuimos buenos amigos desde el primer momento
y a mí me molestaba quedarme tan colgado
al mirarte a los ojos. Fue terrible
ir descubriendo cualidades tuyas,
tales como el cariño y la dulzura
que empleaste al hablarme de tu novio en Madrid.

En las noches de luna
recuerdo tu perfil de joven diosa
aquella madrugada en el acantilado,
cuando me desnudaste y sin mediar palabras
hicimos el amor. Es nuestro gran secreto;
ya lo sé. Y te he jurado
que nunca, nunca, nunca
lo voy a revelar, pero te pido
a cambio este favor:
no vuelvas a ponerte el Wonder-Bra.

(de Patio de Butacas)



lunes, 13 de octubre de 2014

EN CLASES PRÁCTICAS, de Jorge Fernández Bustos

Ocurrió a finales de los ochenta o, por lo menos, se comentaba en aquella época con un alarmante regocijo de los presentes y una desbocada hilaridad del narrador. Puede que fuera cierto o una exageración de la comicidad, pero ahora se nos aparece como un episodio anecdótico de lo más digno y gracioso que recuerdo dentro de la institución académica.
Fue en la Escuela de Estomatología de la Universidad de Granada. Se ve que ese día comenzaban unas horas de prácticas, de esas extensiones pedagógicas que imparten todas las carreras con más o menos eficacia. Las prácticas de los aspirantes a dentistas son realistas,
es decir, con pacientes de verdad. No como en otros estudios médicos que utilizan animales o difuntos, o sea, personas muertas que hacen de conejillos de indias, que no entienden si el bisturí, en una supuesta operación de apendicitis, se clava mortalmente en el riñón.
Los veo entrando a la sala de ensayos, llenas de sillones reclinables, anestésicos, fresadoras y demás aparatos de miedo de los mineros bucales. Como ese día iban a hacer un ejercicio simple, no solicitaron ciudadanos en
busca de economía médica, sino que los mismos alumnos hacían de cobayas en manos de sus facultativos compañeros.
«Hoy utilizaremos el microscopio», parece que expresó el profesor por debajo de su bigote. La mitad de los jóvenes estudiantes hacían de doctores, los demás, como indefensos enfermos, se tendieron sin rechistar bajo la mascarilla de los aprendices de sacamuelas.
No hicieron falta jeringas ni agujas. Era algo superficial. A saber: raspar la base de los dientes y observar las posibles impurezas aumentadas cientos de veces a través del microscopio. Los pacientes, pacientes, esperaban confiados cubiertos por media sábana ajustada a sus cuellos que les servía de babero.
Comenzaron los técnicos dentales a hurgar en la boca de sus iguales y, cuando tenían una muestra de algo, la escudriñaban con el aparato aumentador. La víctima entonces se levantaba, suplantaba el ojo de su compañero y discutía con él lo que podía o no ser.
El experto profesor vigilaba. Recorría las mesas de operaciones controlando a sus pupilos, impartiéndoles sabiduría, teorizando sobre lo que estaban viendo. Suplantaba de vez en vez al alumno doctor que hallaba con problemas para la extracción de su muestra.
Al rato, un muchacho, pegado al visor del binocular de precisión cumo si fuera su mismo apéndice visual, levantó la mano y, con ella, el dedo índice para llamar la atención del maestro, el cual acudió al instante (si hubiera levantado muellemente el dedo corazón, posiblemente lo hubieran expulsado de clase).
Sin esperar la llegada del profesor, el alumno enunció: «En el sarro de margarita hay algo que se mueve», con lo cual llamó la atención a todos los grupos operacionales que actuaban en la sala de práxis.
Con el halo de dios conocedor de todos los secretos dentales, molares y paladares, el catedrático se acercó a la mesa del conflicto, se inclinó un poco sobre el feliz descubrimiento y, con una mano en la espalda y la otra en el cristalito donde se deposita el modelo a observar, pegó su iris derecho al visor óptico mientras guiñaba con fruición el ojo izquierdo y elevaba el mostacho hacia ese lado. Tras un momento de otear solemnemente la muestra, el pofresor, más alegre que unas castañuelas, como Arquímedes debió exclamar su eureka, gritó a voz en cuello: «¡Es un espermatozoide y está vivo!».

Ilustración de Aida Ortiz (1995)

viernes, 18 de julio de 2014

Mejor es buscar amores con edad y experiencia (Ovidio)


No preguntes qué edad tiene ni bajo qué consulado nació (atribución esa que corresponde al severo censor), sobre todo experiencia si ya no está en la flor de la vida, si ha pasado su mejor edad y se arranca ya las canas. Esta edad, ¡oh jóvenes!, tiene sus ventajas, e incluso un poco más avanzada. Ese campo dará buena cosecha: ése es, por tanto, el campo que habrá que sembrar. Mientras el vigor y la edad lo permiten, soportad las fatigas: pronto vendrá la encorvada vejez con paso silencioso . O hendid el mar con los remos, o la tierra con el arado, o poned vuestras manos guerreras en las armas fieras. O bien dedicad a las mujeres vuestros riñones, vuestro vigor y energía: también esto es una milicia , también esto procura riquezas. Añade que ellas tienen mayor pericia en la acción y poseen lo único que engendra artistas, la experiencia. Ellas arreglan con refinamiento los desperfectos de años y consiguen con sus cuidados no parecer viejas; a tu gusto hacen el amor en mil posturas: ninguna pintura enseña más modalidades. Con ellas se experimenta el placer sin previa provocación.
El placer disfrútenlo por igual la mujer y el hombre. Odio las uniones que no satisfacen ambos: por eso es por lo que me atrae menos el amor de un efebo; odio a la que se entrega porque es necesario entregarse, y, seca, piensa para sus adentros en la lana que ha de trabajar. El placer que se da por obligación no me es grato: que ninguna mujer se sienta obligada conmigo. Me gusta oír sus palabras confesándome sus goces, y que me pida que vaya más despacio y que me aguante; vea yo los ojos desmayados de mi amada fuera de sí; que desfallezca y no me deje seguir tocándola por más tiempo. Estos bienes no los concedió natura a la primera juventud, que suelen venir inmediatamente después de los siete lustros. Que beban mostos recientes los que tengan prisa; a mí que un cántaro embodegado en época de antiguos cónsules me escancie su vino añejo. No puede el plátano, si no es ya crecido, ser un obstáculo para Febo y los prados, cuando empiezan a brotar, pinchan los pies descalzos. ¿Acaso se podría poner a Hermíone por delante de Helena? ¿Y era Gorge preferible a su madre? En fin, si quieres alcanzar una Venus entrada en años, quienquiera que seas, con sólo perseverar conseguirás la justa recompensa.

Conducta que ha de seguirse en el acto amoroso

He aquí que un lecho cómplice acoge a dos amantes: tú, Musa, quédate junto a las puertas cerradas de la alcoba. Espontáneamente, sin que tú intervengas, se dirán las ya consabidas palabras y la mano izquierda no permanecerá inactiva en el lecho; los dedos encontrarán qué hacer en aquellas partes en que el amor a escondidas impregna sus flechas. Esto lo hizo antaño con Andrómaca el valentísimo Héctor y no sólo
fue hábil para las batallas; también lo hizo con la cautiva de Lirneso el gran Aquiles cuando, cansado del enemigo, oprimía el mullido lecho. Tú, Briseida, te dejabas tocar por aquellas manos que siempre estaban manchadas de sangre frigia. ¿O acaso era eso mismo, lasciva, lo que te gustaba: que las manos del vencedor vinieran a tocar tus miembros?
Créeme: no hay que apresurar el placer de Venus, sino retrasarlo poco a poco con morosa lentitud. Cuando hayas encontrado un punto que a la mujer gusta que le acaricies, no sea la vergüenza un obstáculo para que sigas acariciándolo. Verás entonces sus ojos chispear con brillo tembloroso, igual que a veces el sol reverbera en él agua transparente.
Vendrán después los quejidos, vendrá el amable murmullo y los dulces gemidos, y las palabras propias del juego. Pero tú no dejes atrás a tu amada haciendo uso de velas mayores, ni ella te adelante a ti en la travesía: llegad a la meta al mismo tiempo; entonces el placer es completo: cuando la mujer y el hombre yacen después de haber languidecido a la par. Es la norma a la que debes ajustarte cuando tienes tiempo de sobra y el temor no apresura la acción furtiva; pero cuando el demorarse no carece de riesgos, conviene lanzarse a todo remo y clavar la espuela en el caballo que cabalga a rienda suelta.

sábado, 7 de junio de 2014

Del sexo y el amor
(Juan Eslava Galán en el Quinto Erizo, 1995)

Introducción de Juan Eslava Galán en el coloquio sobre "El humor y el erotismo en la literatura", dado en Granada el 25 de enero de 1995 en la IV Semana del Humor, con el título de "Humor, erotismo, pornografía y otras pestes".



Queridos amigos:

Unamuno no descapullaba. El eximio rector de Salamanca, poco tiempo antes de su muerte, sufrió una complicación en las vías urinarias y fue reconocido por un médico que comprobó, horrorizado, que el pensador padecía una terrible fimosis. Don Miguel le confesó, sorprendido por la sorpresa del médico, que, en efecto, sólo a costa de grandes sufrimientos y complicaciones había conseguido cumplir con el débito conyugal a lo largo de su vida. Lo más tremendo de todo es que él estaba convencido de que todo varón se veía obligado a pasar por semejante trance, es decir, que lo suyo no era patológico sino perfectamente normal.

Uno deduce que la vida sexual de don Miguel no fue un camino de rosas. Más bien es seguro que fue todo lo contrario. No digo yo que eso haya determinado su obra, pero con Freud en la mano, deberemos convenir que es muy posible que haya influido lo suyo. Era el rector de Salamanca, como ustedes saben, un genio avinagrado, un hombre triste, a veces amargado, un carácter áspero poco dado al humor. Un hombre al que incluso molestaba el humor de otros, de los que descapullaban perfectamente y habían sido beneficiados con la próvida naturaleza con las herramientas esenciales para reñir en campos de pluma las deleitosas batallas del amor.

¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que no es cuestión baladí establecer una recíproca relación entre sexo y humor. Algunos espíritus poco avisados, forjados sin duda en la atroz disciplina del confesionario, han propalado que el hombre es una criatura triste después del coito, lo que parece contradecir lo que estamos diciendo. Nada más lejos de la realidad. El hombre lo que es después del coito es una criatura cansada y hay gentes que confunden lo uno con lo otro que es como confundir el culo con las témporas. Lo prueba el hecho de que después de una buena refriega se duerme mucho mejor, a pierna suelta, con expresión beatífica en el semblante, como un niño de pecho después de mamar y echar sus eructitos. ¿Dónde está la tristeza? Los tristes es sabido que duermen mal, que tienen el sueño ligero, que dan muchas vueltas en la cama, ninguna de provecho, y que se levantan con tortícolis.

No estará de más traer a colación alguna autoridad que certifique nuestro aserto. Nadie mejor que el doctor Juan de Aviñón, ilustre médico del arzobispo de Sevilla en el siglo XVI, el cual, en su recomendación de la práctica frecuente del coito, escribió:

Los provechos que se siguen de dormir con la mujer son estos: el primero cumple el mandamiento que manda Dios cuando dixo: creced y multiplicaos y poblad la tierra; lo segundo, conservamiento de la salud; y lo tercero, que alivia el cuerpo; y el quarto, que lo alegra; y el quinto tira melancolía y cuidado; y el sexto,  derrama los bafes que están allegados al corazón y al meollo; y el séptimo, tira el dolor de riñones y de los lomos; y el octavo, aprovecha a todas dolencias flemáticas; la novena, pone el apetito de comer; y la décima, guarece las apostemaciones de los miembros emutorios; y la undécima, agudiza la vida de los ojos.

Hasta aquí la cita del ilustre galeno arzobispal. ¿Los han visto?: en cuarta y quinta posición: el sexo alegra y disipa la melancolía y la preocupación. A un servidor le encantaría prolongar esta charla porque hay tela para cortar de luengo, pero el espacio que me dejan es exiguo. Por otra parte ingenios hay aquí que tienen mucho que decir del asunto. Así que abreviaré exponiendo brevemente, por vía de un par de ejemplos, cómo las metáforas sexuales han constituido, a lo largo del tiempo, un análisis humorístico y literario de la realidad que nos han dado a conocer el envés de los temas solemnes, que cada época tiene los suyos. Veamos si no. En la Grecia homérica, la de los grandes poemas en verso que parece cincelado sobre piedra, espacio para la épica poblado de héroes y dioses, un hombre que se preciara tenía que ser capaz de acertar tres veces con el venablo [katatriakontoutisai], es decir echar tres polvos seguidos, ésa era la mínima media que la virilidad exigía, en términos épicos. Roma, que no le va a la zaga, nos muestra que el sexo y el humor van siempre de la mano en epigramas, en recetarios y en novelas, es decir en la literatura. Traigamos a colación un epigrama de Marcial, el que parece que está alabando la castidad y virtud de una dama y al final resulta que es todo lo contrario:

No hay en toda Roma quien pueda demostrar
que se ha tirado a Taide,
aunque son muchos los que la persiguen.
¿Tan casta es Taide?, pregunto.
¡Qué va, hombre! Es que la chupa.

Existe una relación, siempre humorística y literaria entre el tema solemne de cada época y su envés sexual. En Grecia y Roma clásicas, el exceso de mitología y de alusiones épicas se refleja en la denominación de las posturas coitales: el libertino sabía que cabalgar un caballo de Hermes consistía en copular, con la mujer a horcajadas sobre el hombre boca arriba, para que la penetración alcanzara, así lo decían hiperbólicamente «hasta la séptima costilla». Idéntica posición coital en la España contrarreformista y tremendamente católica del siglo diecisiete es denominada, también con humor, Meter la iglesia sobre el campanario. Cambian los tiempos, evolucionan los temas literarios, pero lo que siempre permanece es esa inteligencia que transforma el sexo en actividad festiva provocadora de risa, e inspiradora de la más bella literatura.

Incluso los diccionarios más serios de la lengua española dan al sexo un contenido humorístico. Busquen ustedes por ejemplo la palabra follar y verán que en casi todos ellos es definida como «Dividir, hacer o disponer una cosa en hojas». ¿Cabe encontrar definición más graciosa y al alcance de cualquier inteligencia? Son hojas, suponemos, de papel de fumar, también llamado biblia, con la que tantos ilustres académicos se la cogen. Prosigan su indagación, busquen follador y verán que es «el hombre que mueve el fuelle en una fragua de herrero».

La lengua viva, esa inabarcable fuente de goce también literario, está llena de humor. No es momento de hacer un enfadoso censo de expresiones graciosas, pero quisiéramos mencionar, ya para terminar la deliciosa y certera metáfora descriptiva del fracaso en la erección: el gatillazo. Dar gatillazo, ¡Qué hermosa expresión cinegética para describir la situación desairada en que queda el cazador al que falla la escopeta cuando dispara sobre la presa! Por cierto que esto del gatillazo me trae a la memoria una página inmortal de Camilo José Cela con la que quisiera poner punto y final a esta pequeña intervención, porque ilustra magníficamente la relación entre sexo, humor y literatura. Es aquélla en la que nuestro último Premio Nobel narra su primera relación sexual:

Me inicié en los arcanos del rijo con una esquinera de la calle del Desengaño, rubia teñida, más bien metida en carnes y muy perfumada, que me chistó, me enseñó una teta, y me catequizó sin mayor esfuerzo... Durante el acto mi parternaire me tenía abrazado y mientras yo hacía lo que podía ella calceteaba una bufanda para un hijo... La lana me hacía cosquillas en la espalda y no faltó nada para que estrenara con un gatillazo.

Juan Eslava Galán

domingo, 1 de junio de 2014

ANTEPASADOS DE CONCHITA WURST (1)


Magdalena Ventura, por José de Ribera (siglo XVII)


Este cuadro representa a Magdalena Ventura, llamado coloquialmente "La Barbuda". Esta mujer fue invitada al Palacio Real de Nápoles por el virrey, Fernando Afán de Ribera y Enríquez, III Duque de Alcalá cuando éste supo de su existencia para ser retratada por José de Ribera, de quien era mecenas. Existe documentación que constata la realización de este cuadro cinco días antes de firmarlo y fecharlo puesto que el embajador de Venecia, en una carta de 11 de febrero de 1631, describe su estancia en el Palacio Real de Nápoles así: "Nelle stanze de V. Re stava un pittore famosissimo facendo un ritrato de una donna Abruzzese maritata e madre di molti figli, la quale hala faccia totalmente virile, con più di un palmo di barba nera bellissima, ed il petto tutto peloso, si prese gusto sua Eccellenza di farmela veder, comecosa meravigliosa, et veramente e tale" (G. de Vito 1983, p. 43). El cuadro pasó por descendencia familiar del V Duque de Alcalá a su hijo el VI Duque de Alcalá y VIII Duque de Medinaceli. El único momento en que sale el cuadro de la colección familiar es durante los años de la invasión napoleónica, cuando en 1808 el Museo de Napoleón en París se apropia de él. Luis XVIII restituyó el cuadro cinco años más tarde y aparece citado en los catálogos de la Academia de San Fernando de 1818 a 1829. No fue hasta 1829 que la familia de Medinaceli lo recuperó. La información sobre quién era el artista, quién era el patrón que le encargó el cuadro y la historia de la retratada la encontramos escrita en latín sobre unas lápidas en la parte lateral del cuadro. La inscripción titulada "el gran milagro de la naturaleza" describe como la napolitana Magdalena Ventura, de la ciudad de Accumoli, llamada Abruzzi en lengua vernácula, está retratada a la edad de 52 años. (de http://www.fundacionmedinaceli.org/coleccion/fichaobra.aspx?id=378)

sábado, 26 de abril de 2014

LA FOTO DEL SEGUNDO ERIZO

No tengo los datos de dónde la sacamos. Pero la mirada pícara del modelo (¿la modelo?) en un sofá envejecido, agarrando una guitarra y con el impagable detalle de una palangana desconchada a su izquierda, fueron suficientes motivos para ilustrar (por primera vez con fotografía, y tan vintage que se diría ahora) la portada del SEGUNDO ERIZO ABIERTO en marzo de hace veinte años. La mancha de la nalga desconocemos si era fruto de un antojo, de la máquina del artista, de nuestro propio escaneo de la foto, o de la impresión, que hacíamos con dos duros.

Como no la encontramos en internet, la ponemos aquí para disfrute público:


La editorial que acompañó a aquel número ya fue publicada en este blog. Las Citas Maestras, que Jorge Fernández Bustos seleccionaba entre las dichas por grandes maestros (y sin google) como su propio título indica, fueron estas:


Y seguiste riendo, con esa sonrisa que yo deseaba, besándome a hurtadillas en los pasillos del convento, acariciándome las rodillas bajo la mesa del refectorio, bebiendo de mí, siempre, cada noche, minutos antes de que yo vendase mis pechos con un lienzo y tú regresases silencioso a la soledad de tu celda.
(Omar, amor - Cristina Fernández Cubas)

Desinhibida por completo del exterior, ya no necesito imaginar el placer, sino que lo siento subir a ráfagas cada vez que el dedo corazón cruza el clítoris.
(Tres días/tres noches - Pablo Casado)

Se ha dirigido a mí el muchacho de la esquina. El joven geisha de pantalón vaquero me ha cogido de la mano. Le he acompañado hasta el parque y encendiéndome un cigarrillo le obligué a masturbarse. ¿Qué lluvia guiará los caracoles hasta la tumba de Pasolini?
(En el banquete - Andrea Luca)

Tú crees, pobre y mustio imbécil, que no soy digno de ella, que podría mancillarla, profanarla. No sabes lo apetitosa que es una mujer mancillada, hasta qué punto puede dar lozanía a una mujer el cambio de semen.
(Trópico de Cáncer - Henry Miller)

Mas la chica morena, primitiva y, no obstante, sensible en grado extremo, era agresivamente virgen. (...) Y los brazos de él se apretaron a su alrededor, las manos se extendieron por sus muslos, calientes como llamas en su belleza. (...) Estaba rígida y dignificada por un padecimiento de falta de hábito. Pero él la cogió con sus manos, la desvistió y disfrutó como un loco de su cuerpo virgen, que sufría tan poderosamente y que tomaba su alegría con tanta profundidad. Mientras la humedad del tormento y del pudor estuvieron en sus ojos, se aferró a él cada vez más próxima, hasta la victoria y la satisfacción profunda de ambos.
(Espina en la carne - D.H.Lawrence)

Cortesana que se contenta con canciones acaba descalza.
(Pietro de Aretino)

Y usted sólo es grande en la medida que así lo afirma la mujer con la que hace el amor.
(El amante perfecto - Brenda Venus)

¡Amado mío! (...) ¡No te vayas aún! ¡No te vayas nunca! Tienes que estar siempre conmigo, bebiéndome la entraña, sorbiendo la miel dulceamarga de mi rosa húmeda, dándome todo tu rocío fresquísimo de lobo
nacido en las estepas...
(Opium - Jesús Ferrero)




sábado, 19 de abril de 2014

El cuento de la reina, de Pierre Louys

- Mamá, cuéntame un cuento.

-Habíase una vez una reina que era muy infeliz porque había hecho el juramento, durante una grave enfermedad, de no hacer nunca más un sesenta y nueve.

-¡Oh, tú nunca habrías sido capaz de jurar una cosa así! ¿No crees, mamá?

-Entonces invocó a un hada buena y le dijo que su boca tenía muchas ganas de chupar la polla del rey y que su coño tenía muchas ganas de ser lamido por la lengua del rey. Le preguntó cómo podía saltarse el voto sin violarlo.

-Ya lo creo, debía estar que escocía.

-Entonces el hada dijo a la reina: “Frótese la boca y el coño con el ungüento que voy a darle; su boca se volverá coño y su coño se volverá boca. Así, en la posición normal, usted chupará y será chupada”.

-Pues yo, me habría frotado sólo la boca. Un coño más, nunca es demasiado.

-Es lo que hizo. Has adivinado.


Pierre Louÿs, 24 de agosto de 1894