Introducción de Juan Eslava Galán en el coloquio sobre "El humor y el erotismo en la literatura", dado en Granada el 25 de enero de 1995 en la IV Semana del Humor, con el título de "Humor, erotismo, pornografía y otras pestes".
Queridos amigos:
Unamuno no descapullaba. El eximio rector de Salamanca, poco tiempo antes de su muerte, sufrió una complicación en las vías urinarias y fue reconocido por un médico que comprobó, horrorizado, que el pensador padecía una terrible fimosis. Don Miguel le confesó, sorprendido por la sorpresa del médico, que, en efecto, sólo a costa de grandes sufrimientos y complicaciones había conseguido cumplir con el débito conyugal a lo largo de su vida. Lo más tremendo de todo es que él estaba convencido de que todo varón se veía obligado a pasar por semejante trance, es decir, que lo suyo no era patológico sino perfectamente normal.
Uno deduce que la vida sexual de don Miguel no fue un camino de rosas. Más bien es seguro que fue todo lo contrario. No digo yo que eso haya determinado su obra, pero con Freud en la mano, deberemos convenir que es muy posible que haya influido lo suyo. Era el rector de Salamanca, como ustedes saben, un genio avinagrado, un hombre triste, a veces amargado, un carácter áspero poco dado al humor. Un hombre al que incluso molestaba el humor de otros, de los que descapullaban perfectamente y habían sido beneficiados con la próvida naturaleza con las herramientas esenciales para reñir en campos de pluma las deleitosas batallas del amor.
¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que no es cuestión baladí establecer una recíproca relación entre sexo y humor. Algunos espíritus poco avisados, forjados sin duda en la atroz disciplina del confesionario, han propalado que el hombre es una criatura triste después del coito, lo que parece contradecir lo que estamos diciendo. Nada más lejos de la realidad. El hombre lo que es después del coito es una criatura cansada y hay gentes que confunden lo uno con lo otro que es como confundir el culo con las témporas. Lo prueba el hecho de que después de una buena refriega se duerme mucho mejor, a pierna suelta, con expresión beatífica en el semblante, como un niño de pecho después de mamar y echar sus eructitos. ¿Dónde está la tristeza? Los tristes es sabido que duermen mal, que tienen el sueño ligero, que dan muchas vueltas en la cama, ninguna de provecho, y que se levantan con tortícolis.
No estará de más traer a colación alguna autoridad que certifique nuestro aserto. Nadie mejor que el doctor Juan de Aviñón, ilustre médico del arzobispo de Sevilla en el siglo XVI, el cual, en su recomendación de la práctica frecuente del coito, escribió:
Los provechos que se siguen de dormir con la mujer son estos: el primero cumple el mandamiento que manda Dios cuando dixo: creced y multiplicaos y poblad la tierra; lo segundo, conservamiento de la salud; y lo tercero, que alivia el cuerpo; y el quarto, que lo alegra; y el quinto tira melancolía y cuidado; y el sexto, derrama los bafes que están allegados al corazón y al meollo; y el séptimo, tira el dolor de riñones y de los lomos; y el octavo, aprovecha a todas dolencias flemáticas; la novena, pone el apetito de comer; y la décima, guarece las apostemaciones de los miembros emutorios; y la undécima, agudiza la vida de los ojos.
Hasta aquí la cita del ilustre galeno arzobispal. ¿Los han visto?: en cuarta y quinta posición: el sexo alegra y disipa la melancolía y la preocupación. A un servidor le encantaría prolongar esta charla porque hay tela para cortar de luengo, pero el espacio que me dejan es exiguo. Por otra parte ingenios hay aquí que tienen mucho que decir del asunto. Así que abreviaré exponiendo brevemente, por vía de un par de ejemplos, cómo las metáforas sexuales han constituido, a lo largo del tiempo, un análisis humorístico y literario de la realidad que nos han dado a conocer el envés de los temas solemnes, que cada época tiene los suyos. Veamos si no. En la Grecia homérica, la de los grandes poemas en verso que parece cincelado sobre piedra, espacio para la épica poblado de héroes y dioses, un hombre que se preciara tenía que ser capaz de acertar tres veces con el venablo [katatriakontoutisai], es decir echar tres polvos seguidos, ésa era la mínima media que la virilidad exigía, en términos épicos. Roma, que no le va a la zaga, nos muestra que el sexo y el humor van siempre de la mano en epigramas, en recetarios y en novelas, es decir en la literatura. Traigamos a colación un epigrama de Marcial, el que parece que está alabando la castidad y virtud de una dama y al final resulta que es todo lo contrario:
No hay en toda Roma quien pueda demostrar
que se ha tirado a Taide,
aunque son muchos los que la persiguen.
¿Tan casta es Taide?, pregunto.
¡Qué va, hombre! Es que la chupa.
Existe una relación, siempre humorística y literaria entre el tema solemne de cada época y su envés sexual. En Grecia y Roma clásicas, el exceso de mitología y de alusiones épicas se refleja en la denominación de las posturas coitales: el libertino sabía que cabalgar un caballo de Hermes consistía en copular, con la mujer a horcajadas sobre el hombre boca arriba, para que la penetración alcanzara, así lo decían hiperbólicamente «hasta la séptima costilla». Idéntica posición coital en la España contrarreformista y tremendamente católica del siglo diecisiete es denominada, también con humor, Meter la iglesia sobre el campanario. Cambian los tiempos, evolucionan los temas literarios, pero lo que siempre permanece es esa inteligencia que transforma el sexo en actividad festiva provocadora de risa, e inspiradora de la más bella literatura.
Incluso los diccionarios más serios de la lengua española dan al sexo un contenido humorístico. Busquen ustedes por ejemplo la palabra follar y verán que en casi todos ellos es definida como «Dividir, hacer o disponer una cosa en hojas». ¿Cabe encontrar definición más graciosa y al alcance de cualquier inteligencia? Son hojas, suponemos, de papel de fumar, también llamado biblia, con la que tantos ilustres académicos se la cogen. Prosigan su indagación, busquen follador y verán que es «el hombre que mueve el fuelle en una fragua de herrero».
La lengua viva, esa inabarcable fuente de goce también literario, está llena de humor. No es momento de hacer un enfadoso censo de expresiones graciosas, pero quisiéramos mencionar, ya para terminar la deliciosa y certera metáfora descriptiva del fracaso en la erección: el gatillazo. Dar gatillazo, ¡Qué hermosa expresión cinegética para describir la situación desairada en que queda el cazador al que falla la escopeta cuando dispara sobre la presa! Por cierto que esto del gatillazo me trae a la memoria una página inmortal de Camilo José Cela con la que quisiera poner punto y final a esta pequeña intervención, porque ilustra magníficamente la relación entre sexo, humor y literatura. Es aquélla en la que nuestro último Premio Nobel narra su primera relación sexual:
Me inicié en los arcanos del rijo con una esquinera de la calle del Desengaño, rubia teñida, más bien metida en carnes y muy perfumada, que me chistó, me enseñó una teta, y me catequizó sin mayor esfuerzo... Durante el acto mi parternaire me tenía abrazado y mientras yo hacía lo que podía ella calceteaba una bufanda para un hijo... La lana me hacía cosquillas en la espalda y no faltó nada para que estrenara con un gatillazo.
Juan Eslava Galán